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Cuarenta y cuatro poemas repartidos en tres secciones: «Mirador», «Pinceladas» y «Alborada», que se abren con sendos poemas homónimos, donde el poeta se
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Cuarenta y cuatro poemas repartidos en tres secciones: «Mirador», «Pinceladas» y «Alborada», que se abren con sendos poemas homónimos, donde el poeta se eleva. Pero no se trata de aquella elevación, conseguida mediante el éxtasis, que nos recrean los grandes místicos. El poeta ya está arriba cuando escribe. Por eso el poeta, esta vez, se eleva, para mostrarnos un mundo conformado por el mar (lo que recuerda a El contemplado, libro de la última etapa poética del ilustre Pedro Salinas), las sierras malagueñas, sus comarcas y la ciudad.Poesía clara, de rima asonante, sin los complicados juegos conceptuales a que nos tienen acostumbrados los posmodernos. Son constantes formales en su poesía, atestiguadas tanto en este como en poemarios anteriores, el uso de neologismos (actar, conadas, entrerrejados, hegirada, huecal, impretérito, indagancia, lejitud, lúctidos, órgico), junto con otras palabras más entrañables, propias del acervo de la comunidad social a la que pertenece; aposiciones sobre todo al hablar de colores («tonos naranjo», «tribulaciones ámbar»); epítetos («hierba verde», «noche oscura»); aliteraciones («los huecos del aguacate, / que sopla brisa bravía») lo que nos sirve para demostrar que Álvaro Cordón es un creador de la cabeza a los pies, en todos los ámbitos en que busque acomodo. Y lo sublime para él sería, como en el caso de las coplas flamencas, que el pueblo lo hiciera suyo mediante su uso en la cháchara cotidiana. Para colmo de su actividad creadora, incluso se atreve a ensayar cierto caligrama en su poema «Málaga Málaga», mediante el uso de un cuerpo tipográfico cada vez más pequeño para conferir una sensación de eco y lejanía.Versos entreverados por las ilustraciones de Santiago Fernández Aragüez. La claridad del trazado casa a la perfección con el verso diáfano del poeta. El trazo lorquiano del ilustrador, al que Álvaro Cordón le dedica unos versos en su libro, precisamente en la segunda sección, que le viene que ni pintiparada: «Pinceladas», con el predominio de los amarillos, los azules y los verdes. El trazo fino, delicado del pintor, que pinta animales (pájaros, mariposas, gatos) y personajes de otros tiempos, tocados de golas, sombreros y mantillas propios del pasado; y, de estos, sólo se recrea en las manchas faciales (ojos, boca, pelo). Son los rasgos que nos hacen distintos es decir, personas y sometidos al difumino, lo que confiere a las figuras un aire hierático rayano en lo totémico. Así pues, también las figuras dibujadas se elevan. La elevación, la altura de miras Es todo lo que puedo decir de esta conjunción de artes que conforman, en definitiva, poeta y pintor. Al fin y al cabo, mi labor hermenéutica es bastante rudimentaria y va siempre a lo tangible, por lo que no puedo añadir nada que no puedan saber los demás con la simple por clara, despejada, nítida, como el timbre de voz de Álvaro Cordón pero sosegada lectura del poemario. (Del prólogo: F. Manuel Carriscondo)